Generoso es el que “genera”, esto es, el sólo el generoso es fecundo, porque fecundo es aquello capaz de dar fruto, de engendrar, de “generar” y nos hacemos efectivamente fecundos, esto es, nuestra capacidad de generar se realiza siendo generosos. Así pues, ser generoso es ser fiel a la propia fecundidad que Dios nos ha dado y realizar con hechos de generación la capacidad que aquella fecundidad significa.
A la vuelta de los años he entendido porque aquél empieza diciendo: “Que tu vida no sea una vida estéril.” Porque comenzamos a vivir cuando comenzamos a ser generosos y dejamos de vivir cuando dejamos de ser generosos. Es aquello que leía de las aulas de la tercera edad en el Colegio de Montesión: “Empezamos a envejecer cuando dejamos de aprender”. Y ¿qué tiene que ver el aprendizaje con la generosidad y con la fecundidad? Pues que aprender algo nuevo es como engendrar y las ganas de aprender son la disposición que necesita la persona para aprovechar una clase o lección y aprender, del mismo modo que la generosidad es lo que nos hace capaces para generar, para engendrar a Cristo en nosotros mismos y en los demás a través de la amistad. Aprender es hacerse fecundos, capacitarse para la generosidad y este es el único aprendizaje verdadero, del mismo modo que la generosidad es la disposición necesaria para aprender de verdad.
Para aprovechar los cursillos se dice que hace falta ilusión, entrega y espíritu de caridad. La ilusión es la generosidad de la inteligencia, la entrega la generosidad del corazón y el espíritu de caridad la generosidad de nuestra voluntad y nuestra plena apertura a los demás. Esto es, para aprender en Cursillos hay que ser generosos y lo que aprendemos en Cursillos es precisamente a tener la disposición y actitud propias de la generosidad. Y así, con la generosidad de la ilusión, de la entrega y del espíritu de caridad aprendemos a ser generosos, esto es, aprendemos a tener convicción, decisión y constancia, que son la ilusión, la entrega y el espíritu de caridad maduradas en la vivencia del post cursillo.
Generosidad y aprendizaje son también espíritu, porque lo contrario de generosidad es mezquindad, y mezquindad es lo contrario de espíritu. En el dualismo órfico mal heredado de los griegos y que San Pablo no sabe superar, espíritu es opuesto a materia o a carne, pero no es así, espíritu se opone a no espíritu, y no espíritu o falta de espíritu de caridad, es mezquindad, del mismo modo que espíritu de caridad y espíritu son generosidad. Y con el espíritu somos capaces de aprender a ser generosos y de aprender lo que importa. Y esta capacidad de aprender, esta generosidad y este espíritu son los que elogia Cristo cuando dice: “Yo te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos de este mundo y las has revelado a los humildes. ¡Sí, Padre, así ha sido tu beneplácito, ¡porque nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo ha querido revelar!”
Así pues, generosidad, espíritu, ganas de aprender, y conforme a estas últimas palabras, humildad de corazón de los “humildes” son un mismo concepto o conceptos íntimamente relacionados. Humildad no es poquedad, es vibración de humildad, esto es, la verdad del conocimiento propio y el aceptarnos, con emoción de amor a si mismo bien entendido, como somos para a partir de esta realidad edificar nuestra vida cristiana. No se edifica sobre la ficción de lo que creamos ser o pretendamos ser, sino sobre lo que realmente somos, porque lo que somos y cómo somos, que es la verdad de quienes somos, es lo que ama Dios. Si el principio, el carisma fundacional de nuestra vida cristiana, es saber que Dios nos ama, este principio solo se asimila cuando nos aceptamos como somos, ya que Dios no ama al que creemos ser engañados por nuestra soberbia, egoísmo o egocentrismo, sino el que realmente somos, al que accedemos porque renunciamos a estas actitudes que nos llevan a engañarnos a nosotros mismos respecto de quiénes somos, cómo somos y qué somos.
Por esto, la labor previa e inicial de cursillos, armados con ilusión, entrega y espíritu de caridad –lo contrario de la pretensión de la soberbia, de la mezquindad del egoísmo y de la tristeza del egocentrismo- es conocernos a nosotros mismos, para después descubrir que la clave de nuestro verdadero ser, con sus miserias y pecados incluidos, es que, así como somos, nos ama de modo maravilloso Dios. Ambos descubrimientos, el de sí mismo y el de Dios, son simultáneos, y con el conocimiento propio y el conocimiento de Dios en el hecho de que Dios nos ama –que es la realidad a través de la cual en nuestra vida y desde nuestro ser descubrimos a Dios- llegamos al conocimiento de los demás, de los hermanos, en la amistad y a través de la amistad incoada en el espíritu de caridad.
Y así, con generosidad, con afán de aprender, con espíritu –ese espíritu que invocamos desde el primer acto de cursillos diciendo: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu espíritu y serán creados y renovarás la faz de la tierra. Señor, que instruiste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según este mismo espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos”- y con vibración humildad, que es este fuego del Espíritu, y que es conocimiento propio y que es gozar del consuelo de saberse amado tal como somos, este divino consuelo que pedimos, la semilla del Amor de Dios, del verdadero Amor a sí mismo y del Amor a los demás queda sembrada en los tres días de cursillos para que fructifique en el post cursillo en crecimiento en la intimidad amorosa con Dios, en madurez propia y capacidad de amar que nace de la verdadera humildad y en amistad hecha con detalles que transmiten a los demás el “detalle que el Señor ha tenido con nosotros.
En una palabra, con generosidad, con el hermoso regalo de nuestra generosidad, ganamos el hermoso regalo de la gracia de Dios consciente y creciente y de la alegría de vivir el amor de Dios manifestado en este Cristo vivo, normal y cercano y de compartir esta alegría en el gozo de la amistad con los hermanos, en la vida de cada día y en la reunión de grupo y en la ultreya y experimentamos lo que ya cité en anterior hito, que “darse sinceramente a los demás es de tal eficacia que Dios lo premia con una humildad llena de alegría”, “humildad llena de alegría” que me parece la expresión que hace mejor descripción fenomenológica de eso que llamamos “felicidad”.