Hace pocas semanas comiendo y conversando con un amigo cursillista después de hablar de la crisis, del problema del todo incluido, de la burbuja inmobiliaria, de las quiebras en las instituciones públicas y del negro futuro que heredarán nuestros hijos me comentaba que él mismo no entendía por qué no iba a las Ultreyas si las pocas veces que había ido había disfrutado, pero de verdad, que había recibido un cariño de aquel que se nota cuando sale del alma, que había aprendido de los rollos que había escuchado y que cada vez se había ido a casa con el corazón ensanchado y con la gasolina a tope. Pero… al siguiente lunes no iba.
Este amigo ficticio, como todos los que asistimos regularmente, intermitentemente, de uvas a peras o cuando un familiar da el rollo, pero en cualquier caso porque queremos y porque nos da la real gana, intentamos sacarle el jugo a la Ultreya y empaparnos del clima de amistad y de Espíritu Santo que le caracteriza.
Pero en el fondo todo ello son frutos del encuentro, que es la finalidad y motivo de la Ultreya. Son regalos que todos nos llevamos cada lunes porque el encuentro con los amigos, (unos más conocidos y otros menos), cuando nos mostramos como las personas que somos y compartimos lo mejor de nuestro ser, provoca cercanía y mutua admiración sincera. Aflora la alegría del sentirnos amados por Dios y hermanos y amigos de Cristo o el deseo de sentirla porque una vez la intuimos en nuestro cursillo.
Así en la Ultreya uno crece como persona y también por ella uno se siente atraído y magnetizado por la persona de Cristo vivo, normal y cercano.
Por eso cada lunes la Ultreya es una oportunidad y así es como quiero vivirla y desear que llegue cada semana. Una oportunidad para que ese amigo menos conocido lo sea más. Una oportunidad que quiero aprovechar para dar ese primer paso porque sé que la persona que tengo delante vale la pena. Una oportunidad de compartir con los más posibles mi vivir normal de cada día cuando Cristo ha estado presente o cuando no me he dado cuenta de que me acompañaba. Una oportunidad para aprender del que cree saber menos y asombrarte de lo mucho que te puede dar ese amigo que cree no tener nada...
Una oportunidad para acercarme al que ha compartido con los demás su testimonio y que deja ver que la persona siempre es más que su circunstancia.
Una oportunidad para redescubrir en la persona que tienes delante a la persona de Cristo.
Una oportunidad que no quiero que sea desaprovechada si la circunstancia personal de la semana me lo permite.
¡De colores!