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4/MAR/2025
Eduardo Bonnín, fede in Dio e nella persona
Questo articolo descrive il carisma di Eduardo Bonnín, fondatore del Movimento dei Cursillos di Cristianità, evidenziando il suo amore per le persone, la sua profonda fede e il suo approccio personalista. Riflette sulla sua eredità e sulla missione di trasmettere il messaggio cristiano a coloro che sono lontani.

Bien sabéis que Jesús de Nazaret no dejó nada escrito, dicen algunos incluso que no sabía leer y escribir. Probablemente lo hizo porque la palabra es la expresión de la persona y Él se fió de nosotros. Lo importante son los sentimientos que generó, las emociones que suscitaba.

Eduardo tampoco escribió mucho, pero los que lo conocimos nos entendemos cuando hablamos de las emociones que provocó en nosotros y cómo nos hizo sentir como nadie “la “ternura de Dios”.

Lo primero que llamaba la atención de Eduardo era su PROFUNDO AMOR POR LA PERSONA HUMANA, nacido de su educación cristiana. Su madre le decía siempre: “has de tratar a los demás como si en diez minutos se fueran a morir”.

A Eduardo le gustaba meterse en los zapatos de la gente (en sus problemas) y nadie discutirá que siempre estuvo en trincheras (ej.: visitas a la cárcel, etc.). Los Cursillos nacieron, pues, de una viva preocupación por el hombre concreto, normal, cotidiano, el tomado de la vida de cada día y agobiado por el solo hecho de tener que vivir y poder seguir viviendo, que raras veces dispone de tiempo para preocuparse del sentido de su existencia.

Cuando ese hombre tiene la conciencia de ser amado por Dios, entonces comprende que ser cristiano no es solo saber que un día deberemos rendir cuentas, sino que es vivir dando gracias a Dios y dándose cuenta, y dándose cuenta de que la vida es bella, que la gente es importante y que vale la pena vivir.

Eduardo opinaba que Cristo se encarnó y vino al mundo para salvar al hombre, no al mundo. Y no dejaba de hablarnos de la singularidad, de la originalidad y de la creatividad de cada persona, que la hacía única. Dios nos ama a cada uno de nosotros.

De esta forma entronca Eduardo directamente con el personalismo de Emmanuel Mounier, Romano Guardini, y tantos otros, como corriente de pensamiento que surge en la primera mitad del s. XX, rodeado por diversas ideologías propias de la situación política que el mundo atravesaba (cientificismo y positivismo = materialismo; capitalismo y marxismo, fascismo y nazismo).

Ante dichas ideologías que subordinaban al hombre a una entidad superior, surge la necesidad de una respuesta que lo revalorizara, contextualizada en la realidad del mundo actual. El personalismo se preocupó de resaltar la noción de persona, la experiencia de su ser, el encuentro con los demás, su trascendencia, subjetividad y libertad.

Quiero decir, en este momento, que Eduardo tenía predilección por los jóvenes (“Nunca hemos tenido una juventud tan buena. En mi época nadie era quien era. En soledad, todos somos iguales”).

En segundo lugar, llamaba poderosamente la atención la HONDURA DE SU FE, que también hundía sus raíces en la familia. Eduardo afirmaba: “el ambiente en que nací y crecí tal vez sea uno de los regalos más preciosos recibidos de Dios”. La fe tuvo mucha importancia en su juventud, y todos hemos escuchado a Eduardo decir:

De amar se tiene la certeza, de ser amados se tiene fe. El que ama duda de todo, quien se siente amado no duda de nada.

La falta de fe no tiene cura. Dudar de un amigo es terrible. La distancia que hay entre Dios y los hombres se salva con “tener fe en el otro”.

En relación con esto último, recuerdo una anécdota que me relató en cierta ocasión: un amigo dejó un recado a Eduardo que fuera a su casa por tarde que se hiciese. Y Eduardo se personó en su casa a las 12.30 h. de la noche y lo encontró acostado. Así y todo, el amigo le dijo: “Estaba seguro de que vendrías”. Eduardo con su gracejo habitual, apostilló la anécdota diciéndome: “Aún me dura la alegría”…

Fruto de su fe profunda, hacía gala de una sincera RESIGNACIÓN CRISTIANA, que le llevaba a exclamar: “hay que arar con los bueyes que tenemos” o recitando los versos de Pemán “si tuviera más operarios, más viña podría labrar…”

Ver que la esencia y el carisma del Movimiento de los Cursillos de Cristiandad a nivel mundial peligraba, por las numerosas desviaciones existentes, le entristecía, pero me decía: “aunque si es el deseo de Dios…”

A Eduardo le encantaba la siguiente historia: una vieja invita a sus sobrinos a pasar la noche de fin de año y organiza la mesa, pone flores, prepara la comida, ordena todo, y lo hace con mucho amor. Los sobrinos se van retrasando y finalmente llaman para decirle que no pueden acudir a la cena. Su reacción es guardar todo pacientemente, recogerlo ordenadamente y exclama: “a lo mejor, el año que viene vendrán”. Esta es la actitud que encantaba a Eduardo.

Sobre su propia vida, Eduardo pensaba que no había realizado casi ninguno de los objetivos que se había propuesto de joven, pero le cito: “el Señor me ha demostrado en muchísimas ocasiones, por no decir en todas, que tiene mejor gusto que yo, conduciéndome por otros caminos”.

Esta combinación de amor por la persona (humana) y fe profunda, fue lo que generó el CALDO DE CULTIVO que dio origen posteriormente a los CURSILLOS DE CRISTIANDAD.

Cumpliendo el “servicio militar” Eduardo tuvo que convivir con los soldados durante casi nueve años. Eran jóvenes procedentes de ambientes no cristianos y hostiles a la religión. Muy diferentes a sus amigos de la juventud. Pero eran jóvenes que tenían unos valores muy determinantes: rechazo a la falsedad y a la hipocresía, alegría natural y sentido de la amistad, supresión del sentido clasista, sinceridad salvaje y nobleza de corazón, etc.

Eduardo llegó a la conclusión que muchos de ellos estaban abrumados más que por el peso de la Ley, por la ignorancia de la doctrina y sintió la necesidad de transmitir a los demás ese sentimiento suyo y hacerles conocer la realidad de que DIOS NOS AMA. Al mismo tiempo, Eduardo se convenció de que si los cristianos tuviéramos esta sinceridad para contar las cosas de Dios (decir que hemos rezado el rosario, o que nos hemos santiguado, o que creemos en Dios y hablar de Jesucristo como esta gente habla de cualquier cosa, etc.) arreglaríamos el mundo.

Desde ese momento, casi su única preocupación fue la de comprender lo más posible el núcleo fundamental, esencial, de la doctrina, la cosa más importante del mensaje cristiano (Dios en Cristo nos ama) a través de las lecturas de San Agustín, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, etc.

Le interesaba también saber cómo es el hombre, el que debe recibir el mensaje y leyó, entre otros, a Dante, Cervantes, Baltasar Gracián, y autores que estaban en la cresta de la ola (Romano Guardini, psicólogo Maslow, etc.).

Nada influyó en él tanto como el obstinado y siempre creciente interés por la lectura. Ya de pequeño solía decir que prefería estar un día sin comer que un día sin leer. El dinero del que disponía siempre lo empleaba en libros.

En este punto quiero referirme a los EVANGELIOS, pues Eduardo siempre tuvo la convicción de que lo que mejor sintetiza y resume la doctrina es el Evangelio, el mensaje de Jesús, de este Cristo que ante todo es noticia para el hombre y por tanto inquietud y deseo de saber de Él, y que la increíble posibilidad de ser su amigo, a través de la gracia experimentada y vivida, resalta de cada persona lo mejor de sí misma.

Decía Eduardo que hay que aprender más del Evangelio que de la Teología. Y le cito cuando decía que había que “momentizar” el Evangelio: “Tenemos un metro que es el Evangelio: aplica el metro cuando no sepas si haces bien o no”.

Por otro lado, encontraba ridículas expresiones como “a mí me encanta el Evangelio” (ya que esto de encantar es propio de princesas, decía) o “hay que poner el Evangelio al día” (apostillaba: no sé a qué se refieren: ¿asfaltar la carretera de Jerusalén a Jericó?).

Y para poder transmitir todas estas verdades del Evangelio, había previamente que saber cómo es el hombre, profundizar en el conocimiento del hombre como persona (y por ende en su capacidad de convicción, decisión y constancia). Y por ello, Eduardo elaboró un ESTUDIO DEL AMBIENTE, dirigido fundamentalmente a LOS ALEJADOS:

Eduardo decía: “Desde el principio “teníamos siempre presentes, más que ninguna otra cosa, a los lejanos. El Cursillo es preferentemente, aunque no exclusivamente para los alejados, ya que éstos despiertan a los cercanos”. Y, en cualquier caso, afirmaba rotundo que “da más alegría un pecador que se enmienda que noventa y nueve justos que no pecan”.

Estos alejados no frecuentan las parroquias o, si asisten, es puntualmente para cumplir con “necesidades” sociales (bodas, bautizos, comuniones, funerales, etc.). Se ubican en sus ambientes. De ahí la necesidad de hacer un ESTUDIO DEL AMBIENTE porque para acercar a los alejados sólo se puede hacer por la VÍA DE LA AMISTAD, solo si alguien va y se presenta y actúa con AMISTAD/AMOR (siendo apóstol, haciendo apostolado).

Ha de provocarles “hambre de Dios”, pero es fundamental respetar su libertad, y permitir que sean normales ante la gente de su entorno. Eduardo nos recetaba aplicar el sentido común (el Cursillo es el sentido común codificado; los Cursillos son Evangelio + sentido común).

Se trataba de propiciar fundamentalmente y en primer lugar un ENCUENTRO CON UNO MISMO, tratando de que cada uno descubra por sí mismo que es persona, ese era y es el objetivo y la meta de los Cursillos de Cristiandad.

Porque el encuentro con uno mismo es la base de todo. Por ello, Eduardo estaba en contra de los cursillos mixtos “porque el “tú a tu” con Jesucristo no se produce con la intensidad que se precisa. Hombres y mujeres son distintos si están en presencia del otro sexo. Se trata de ser veraz ante Dios y ante los hombres”.

Pero no se trataba de que este encuentro con uno mismo se quedase ahí, sino que diese lugar a un ENCUENTRO ENTRE LA LIBERTAD DEL HOMBRE Y LA GRACIA DE DIOS porque citando a Eduardo: “lo que queríamos al principio, y seguimos queriendo aún, es que la libertad del hombre se encuentre con el espíritu de Dios. Todo giraba en torno a esta idea central y estábamos convencidos de que gran parte de su eficacia consistía en encontrar el modo para facilitar este feliz encuentro”.

Con el transcurrir del tiempo, y dadas las desviaciones comentadas anteriormente, todo esto que estamos hablando tuvo que ser “codificado” en lo que se vino en llamar el CARISMA FUNDACIONAL.

Eduardo decía que un carisma es una respuesta personal que no se puede imitar. Y afirmaba que el carisma (de los cursillos) se ha ido configurando en el tiempo a través de la acogida que se le ha dispensado cada vez por las personas que toman parte, con las debidas disposiciones, en los tres días del cursillo y comprenden la sencillez del mensaje y tratan de traducirlo en la vida concreta de cada día a través de la reunión de grupo y de la Ultreya.

A estas alturas quiero dejar bien claro que Eduardo siempre se sintió un hombre dentro de la Iglesia y manifestaba: “siempre he querido ser hijo de la Iglesia, aun cuando las relaciones de los Cursillos con la Iglesia nunca fueron fáciles”.

Eduardo defendía siempre a la Iglesia (de los fallos cometidos en el pasado) afirmando que cuando la Iglesia no ha sido humana, no ha sido cristiana. Y tenía la convicción que la única institución que tiene todos los requisitos necesarios para poder ser una autopista segura, clara y sólida hacia el futuro es la Iglesia católica, pero para ello tiene que ser una “Iglesia de personas” y no algunas “personas de Iglesia”. Pero personas que sean realmente tales, hombres y mujeres capaces de aceptar las realidades divinas (hechas vida en las personas) con convicción, y realizarlas con decisión y constancia.

Y aunque Eduardo se sentía la persona más limitada del mundo (siempre preguntaba a los demás si habían conocido alguien más tonto que él), poseía todas las CUALIDADES que deben adornar a un DIRIGENTE, de las cuales quiero resaltar especialmente:

Sentido del humor

Cuando preguntaban a Eduardo cómo estaba, solía contestar “Malamente, gracias a Dios”. También repetía siempre: “Soy un medicamento caducado”.

Baldosa que vio en un bar: “No hables tanto de ti. Cuanto te vayas ya hablaremos nosotros”.

Capacidad de admiración hacia los demás / Capacidad de asombro Donde miras que no admiras.

Capacidad de comprensión /empatía.

Sus primeras palabras al acercarse a una persona eran: “A ver cuando me vas a conceder una audiencia”.

Decía que las personas solo crecemos en el corazón ajeno. Por ello nos recomendaba: “Habla bien de los demás; y si no puedes, calla”.

Humildad verdadera

Para Eduardo, la humildad es la base de todas las demás virtudes (“La humildad verdadera es la verdad” SANTA TERESA).

Cuando a Eduardo le decían que era el Fundador de CC, él contestaba que “Fundador” es una marca de coñac. El fundador de los Cursillos era el Espíritu Santo. Y añadía: “Los Cursillos de Cristiandad, como las grandes catedrales, no tienen autor. Como en las catedrales, las piedras que aguantan más peso son las que no se ven”.

Él nos contaba su visita al Papa en compañía del presidente del MCC en Italia (Ernesto Pozzi), cuando dijo al Papa que él no había hecho nada, que todo había sido obra del Espíritu Santo. Y el Papa le contestó: “sí, pero tú has sido el instrumento”.

Eduardo nos repetía aquello de que “los cursillos necesitan “deseduardarse”. Y aspiraba sencillamente a rezar cada día el Padrenuestro y que fuera verdad lo que rezaba.

Termino como empezaba. Eduardo decía que “lo importante es el hálito de Dios que cuando pasa nos deja la nostalgia de la Gloria”. Esta ternura de Dios es lo que hemos sentido todos aquellos que nos hemos encontrado con Eduardo Bonnín.

¡¡¡DE COLORES!!!

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