Doy gracias a Dios por haber conocido a Eduardo. Este hecho en mi vida me ha permitido conocer un hombre de talla universal, conocido en todo el mundo. Muchos, a lo largo de su existencia, no han tenido esta suerte.
El otro día alguien dijo que Eduardo, tal como él lo había conocido, no había querido ser nunca un divo. Yo añadiría que ahora, en este momento, tampoco le gustaría verse convertido en un mito. Unos hombres convierten a otro en mito cuando consideran que su realidad no es suficiente para sus planes y deciden añadirle cualidades y virtudes que realmente no poseía. De este modo un hombre pierde sus dimensiones humanas para convertirse en un ser perfecto, pero que realmente nunca ha existido, dejando por ello de ser estímulo para los otros porque no reconocen en él un ejemplo válido y alcanzable. Creo que Eduardo nunca quiso perder sus dimensiones humanas y que conocía muy bien sus limitaciones.
Conocí a Eduardo cuando yo tenía dieciséis años y él, no falla, tenía veintiséis; porque me llegó a aventajar en muchas cosas, pero no en la diferencia de edad que ya teníamos cuando nos conocimos. Entonces no existían aún los Cursillos, aunque él empezaba a dar vueltas en su cabeza el rollo de “Estudio del Ambiente”. Ya entonces tenía ideas que los otros no tenían y para muchos resultaba nuevo todo lo que decía, incluso en el seno de la Acción Católica.
Yo fui a Cursillos en 1.949, al número 13 a escala universal, como me gusta decir. Eduardo fue el rector.
Después, por motivo de estudios, me tuve que ausentar de Mallorca y por esto estuvimos alejados unos años, aunque nunca perdimos el contacto del todo. Al volver definitivamente a Mallorca reanudamos nuestros encuentros de un modo regular.
Allá por el año 1.960, la fecha exacta no la puedo precisar, empezamos la Reunión de Grupo de la que os habló Jaime Galmés ayer. Desde entonces no la hemos dejado. Siempre recordaré que el día en que Eduardo murió era miércoles, porque éste era el día en que hacíamos nuestra reunión, y fue, al ir a hacerla, que me encontré, a las puertas de su casa, con dos amigos que me dieron la noticia del fallecimiento.
Unas cuantas semanas antes de morir le llevé una nota de la que hablaré un poco más tarde.
¿Qué es lo que he recibido yo de Eduardo?
San Juan, al final de su Evangelio, dice: “Otras muchas cosas hizo Jesús. Si las escribiéramos una por una, me parece que los libros no cabrían en el mundo.”
Indudablemente S. Juan exageraba un poco. Yo, que no puedo permitirme las licencias que se tomaba S. Juan, he tomado el bolígrafo y una calculadora y he hecho unos números que os voy a citar.
Si de los cuarenta y ocho años que como mínimo hicimos Reunión de Grupo, descontamos tres por ausencias u otras razones, nos quedan cuarenta y cinco años, que a una hora semanal hacen un total de 2.340 horas. Si escribiéramos lo que me dijo durante ellas Eduardo los libros cabría en el mundo, pero seguramente llenaríamos algunos tomos del tamaño del Espasa.
Estas cuentas no las he hecho por capricho ni para tener una ocurrencia graciosa, sino para que dieran pie a una reflexión que considero importante. Es ésta: NO ME CONSIDERO CON DERECHO PARA PROPONER TODO LO OÍDO A EDUARDO COMO DOCTRINA INTOCABLE DE CURSILLOS.
Y esto por las siguientes razones:
1º.- Hay afirmaciones que sólo tienen pleno sentido en las circunstancias en que se dijeron, y no fuera de contexto.
2º.- Me dijo cosas en la intimidad de un diálogo entre amigos que difícilmente habría repetido en público.
3º.- Algunas veces me contestó de “bote pronto”, que como sabemos todos los aficionados al fútbol, no es la manera de afinar mejor la puntería.
4º.- Me dijo cosas que considero amparadas por el sigilo debido a la Reunión de Grupo, y yo soy estricto en esta cuestión.
Por todas estas razones creo que los viejos amigos de Eduardo no estamos siempre autorizados para repetir cualquier cosa que él nos dijera como si fuera la última palabra en cuestiones de Cursillos. Puede servir para nuestro uso particular, como si fuera de cosecha propia, pero no como doctrina intocable por el simple hecho de haberlo oído de Eduardo.
Hay otra razón importante: en los últimos años de su vida tuvo mucho cuidado en que quedase constancia expresa y escrita de todo lo que consideraba más importante. Hay mucho contenido con todo lo que conocemos y estamos seguros de que era el pensamiento permanente de Eduardo. No es necesario que recurramos a lo que algunos llaman “revelaciones particulares”, porque la doctrina querida y expresa de Eduardo está al alcance de todos.
He hecho este pequeño comentario porque lo considero importante. Ahora voy a hablar más directamente de Eduardo.
A mí me parece que Eduardo tenía tres niveles de comunicación.
El primer nivel era el de los rollos, el hombre de una oratoria poco convencional, pero tremendamente impactante. Sus rollos convencían, arrastraban. Era capaz de mantener durante horas una conversación con una persona determinada teniéndole siempre pendiente de sus palabras. Tenía ocurrencias geniales y frases insospechadas y oportunas para las circunstancias. Sus “cadaunadas”, sus juegos de palabras y hasta el abuso de adjetivos (muchas veces tres en batería) daban una gran originalidad a su estilo.
A mi entender una característica suya muy importante era la de hacer lo que creía que tenía que hacer. Entre todos los hombres que he conocido es en él en el que he encontrado menos diferencias entre lo que pensaba y decía y lo que realmente hacía. Cuando consideraba que tenía que hacer algo, sencillamente, lo hacía.
¿Cuál era su afición dominante, su mayor curiosidad? Yo diría que era el hombre concreto. No el hombre en sentido filosófico, abstracto o antropológico, sino el hombre que tenía delante, con nombres y apellidos era el que despertaba su máximo interés. De tal modo creo que era así que a veces cuando demostraba su entusiasmo por determinados espectáculos realmente encubría su admiración por sus protagonistas; más que los toros le interesaban la personalidad de los toreros y las reacciones del público y más que los ejercicios circenses le interesaban las reacciones de artistas y público.
Este era el primer nivel, el primer Eduardo con el que te encontrabas: el hombre subyugante, de los rollos impactantes y de las frases oportunas.
El segundo nivel era el de luchador infatigable. Abierto siempre a los hombres, pero intransigente con lo que defendía. El mismo dice en “Historia de un carisma”: “Confieso que a veces tengo cierta implacable fiereza cuando defiendo lo que considero verdadero” Y era verdad. Cuando le tocaban algún aspecto que consideraba fundamental del movimiento de cursillos reaccionaba de este modo.
Era duro adversario, como puede verse, por ejemplo, en sus cartas publicadas. Adversario, pero nunca enemigo porque siempre mantenía el corazón abierto para escuchar otra vez, dispuesto a comprender y ser comprendido.
Creo sinceramente que, gracias a esta manera de ser, a esta “dureza” de Eduardo, los Cursillos, a pesar de contradicciones y adversidades, han llegado hasta hoy. Si hubiera sido un “blando”, como se dice normalmente, los Cursillos habrían desaparecido al poco tiempo de nacer.
Llegamos al tercer nivel de Eduardo, a su aspecto más profundo y quizá más desconocido, al de un Eduardo íntimamente unido a Dios, al Eduardo de largas horas de oración, al del amigo que siempre estaba dispuesto a dar una mano. Esta era, creo yo, la raíz profunda de su capacidad de superación de dificultades y problemas.
Jamás le vi tomar una decisión teniendo en cuenta su comodidad personal. Nunca dejó de hacer, por ejemplo: una reunión de grupo mientras tuviera material para hacerla. Ayer os mencionaron cuando se responsabilizó de llevar la pastilla que un amigo alcohólico tomaba para curarse de su adicción. Yo puedo añadir que si un amigo le llamaba a las cuatro de la madrugada él le atendía, pues para estos casos tenía un teléfono dispuesto encima de su mesita de noche. Si era necesario se levantaba y le recibía para atenderle y ayudarle.
Este aspecto, profundamente creyente, sólo se conocía si se llegaba a un cierto grado de intimidad con él, pero os puedo asegurar que cuando llegaba a este punto no defraudaba nunca e impresionaba siempre.
Cuando faltaban pocas semanas para morir se me ocurrió anotar en un papel un trozo de Evangelio de San Juan que me gusta mucho y se lo di. Os lo voy a leer aprovechando esta oportunidad para hacer un poco de propaganda del mismo porque, para mí, es uno de los momentos cumbre del Evangelio. Él se dio cuenta en seguida de cual era mi intención y me lo agradeció mucho diciéndome que por mucho que se conociera siempre decía algo nuevo.
En el fragmento del Evangelio que os he citado, Jesús dice lo siguiente: (San Juan, 14/1-2 y siguientes)
No estéis agitados; fiaos de Dios y fiaos de mí. La casa de mi Padre tiene muchos aposentos. Si así no fuera, ¿os habría dicho que voy a preparaos sitio? Cuando vaya y os lo prepare, volveré para llevaros conmigo; así, donde esté yo, estaréis también vosotros. Ya sabéis el camino para ir adonde yo voy.
Tomás dijo:
- Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
Respondió Jesús:
- Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie se acerca al Padre sino por mí; si me conocéis a mí conoceréis también a mi Padre, aunque ya desde ahora lo conocéis y lo estáis viendo.
Eduardo puso el papel encima de la mesa que tenía delante, y todas las veces que volví a verle, antes de morir, vi que continuaba en el mismo sitio, al alcance de su mano.
Quiero deciros algo de su humildad. En el video que vimos ayer vimos un momento en que decía que era “el más tonto del mundo”. Dicho así puede parecer una ocurrencia sin significación real para él. Esto era lo que creía yo hasta que cuando se publicó “Un aprendiz de Cristiano”, un día le pregunté: “Y de todo lo que dice el libro, ¿qué es lo más importante y decisivo para ti?” Él buscó en la página 79 y me leyó: “si yo cuando salgo de viaje digo que estoy buscando uno que sea más tonto que yo, lo que pasa es que no lo he encontrado nunca, por eso vuelvo a viajar” Me lo dijo, no como quien quiere decir algo ingenioso, sino que lo dijo con una serenidad que me impresionó. Realmente él se creía que era así como decía.
¿Cuáles eran las más importantes preocupaciones de Eduardo?
Muy importante para él era que se conservara la esencia seglar de los Cursillos, de acuerdo con su origen y su historia. Esto para él era importantísimo. Yo creo que todas las desviaciones más importantes que han existido en Cursillos han sido debidas a que se ha querido olvidar su seglaridad. Esto le preocupaba mucho a Eduardo. Si leéis un poco su correspondencia, las cartas que hemos mencionado, veréis que éste era el centro de muchas de sus preocupaciones.
Pero también tenía otra. La que hemos mencionado parece que nos coge un poco de lejos, porque precisamente nosotros, los que estuvimos más cerca de Eduardo, decimos que lo que pretendemos es dar a conocer el sentido más genuino de los Cursillos tal como nos lo enseñó Eduardo.
¿Cuál era esta otra preocupación de Eduardo que nos coge a nosotros de lleno?
Eduardo se entristecía a veces por las deserciones y tensiones que surgían entre nosotros, entre los que más cerca de él se encontraban. Esto también le preocupaba mucho. Lamentaba a veces que no nos amásemos lo suficiente. No pretendía la uniformidad, que todos pensáramos igual, pero sí que todos tuviéramos la limpieza de corazón suficiente para amarnos y comprendernos cuando cometíamos algún fallo, no dábamos en la diana o teníamos distintas interpretaciones.
En la meditación de esta mañana se nos ha dicho que cuando los apóstoles no conseguían entenderse bien, lo que hacía primero era rezar, después de reflexionar y finalmente hablar. Yo creo que así se pueden resolver todas las dificultades, como las resolvieron ellos. Cuando tengamos alguna discrepancia, algún punto de vista distinto, podemos seguir el mismo procedimiento y en el mismo orden. Las dificultades que no son superables son únicamente las que naces de las suspicacias y de los juicios de intenciones; pero si expresamos nuestra opinión sencillamente, buscando siempre lo mejor, nunca nos equivocaremos.
Durante tantos años como estado unido al Movimiento de Cursillos sería presuntuoso decir que no me he encontrado a veces con las pequeñas pasiones humanas de las que ningún hombre o mujer puede sentirse libre del todo. Puede suceder, por ejemplo, que no nos hayan dado el papel que creemos merecer por nuestros méritos o que no nos den la oportunidad de expresar todo lo que creemos saber… todas estas cosillas que hay que superar. Yo he encontrado un procedimiento para hacerlo que, al menos a mí, me funciona, es el siguiente: en las contabilidades hay una cuenta que se llama de “pérdidas y ganancias”. Cuando uno tiene una pérdida o ganancia que se sale de lo normal podemos anotarla en esta cuenta y olvidarnos del tema. Pues nosotros igual cuando se nos agita el corazón porque no nos sentimos suficientemente valorados o una tontería parecida; lo anotamos en pérdidas y ganancias y lo olvidamos para siempre.
Creo que ya he cumplido el tiempo y sólo me queda desear una cosa: que tengamos este corazón grande que tenía Eduardo ante todas las situaciones.
Eduardo, querido amigo, ruega para que así sea.