Es un seglar. Es decir, no es sacerdote. No ha fundado orden o congregación alguna. No viste hábito. Es un hombre común y corriente.
Pero, Eduardo Bonin, hoy finalizando su corta visita a Piura, ocupa ya un lugar en la Iglesia, y, por ende, en la Historia.
Y este lugar, si hoy es importante mañana será trascendente. ¿Por qué? ¿Cuál fue su propósito y cuál es el motor que sigue impulsando su obra? Pues, simplemente, la determinación de hacer conocer a Cristo. Vale decir, de mostrar un Cristianismo auténtico. Doctrina integral —deberes y responsabilidades— tal como la dictara su fundador.
No sólo como una antesala para la otra vida, para la eterna. También como una obligación insoslayable que rige el vivir en esta existencia temporal.
Convencidos de la necesidad de definición que hoy el mundo tiene, tal vez como nunca antes, estamos seguros que Bonin ha dado a la humanidad un camino que es inevitable seguir para lograr ese mundo mejor, del que todos hablamos y no todos entienden en la cabal interpretación del enunciado.
Y ese camino, esa ruta señalada con tanta precisión, no habrá de ser obligadamente ni el vivir la experiencia que él ideara como preparación a un apostolado que es más de testimonio que de palabra, ni, consiguientemente, el ingreso a esas huestes de avanzada que allí en esa vivencia colectiva, se forjan.
Pero sí ha de ser necesariamente, si hay sinceridad y se quiere determinación o definición, la autenticidad, que no es privilegio de nadie, que no es verdad particular de uso o derecho individual porque se refiere a quien la dijo y es aún la verdad, Él mismo.
Saludamos, pues, a quien con su presencia en Piura impulsa a este pensar y meditar. Y, deseándole éxito a él, lo estamos deseando al hombre sobre la tierra.