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4/MAR/2025
Ángel Delgado
Siempre sentí que el tiempo que compartí con Eduardo Bonnín Aguiló fue breve, pero de una calidad incomparable. Su humildad, energía y carisma eran inagotables, siempre dispuesto a responder preguntas y compartir con sinceridad. Cada encuentro dejaba un "sabor a poco", pero también sembraba semillas de amistad y alegría. Eduardo vivía con una naturalidad encantadora, creando lazos profundos y dejando una huella imborrable en mi vida y en la de todos los que tuvimos el privilegio de conocerle.

¿Cómo hablar de alguien con quien tan poco se ha compartido?, Siempre me ha parecido muy poco lo que logré compartir con Eduardo, siempre me quedé con ganas.

Precisamente por eso, por haberme quedado con las ganas de compartir más con él, conocerle más, hacerle más preguntas, conocer más sus aficiones, sus preocupaciones y saber de dónde sacaba tanta energía, me quedé con ganas de ser más su amigo, de escucharle y preguntarle mil cosas más, con Eduardo siempre quedaba ese sabor; sabor a poco.

Sabor a poco porque en sus fugaces visitas a Estados Unidos éramos tantos los que queríamos compartir con él, tantos con tantas dudas, tantas preguntas que el tiempo se consumía en las llamas de sí mismo con una facilidad que solo un poeta podría describir.

Vi a Eduardo por primera vez en la casa de Cursillos de Miami, que en aquel tiempo era una barraca militar que los insectos devoraban a una velocidad increíble; llegué tarde al lugar, asuntos familiares me habían retrasado, ya casi creía que no podría asistir, al fin brilló el sol, gracias a Dios, pude y aunque un poco atrasado pude participar.

Dios hace de las suyas como quiere y cuando quiere, y en aquel llegar fuera de horario en que ya estaban los cursillistas asignados por grupos solo había una silla disponible, precisamente donde estaba sentado aquel desconocido que me extendió su mano y me dijo su nombre.

Por aquel tiempo yo conocía a muy pocos cursillistas, y a Eduardo tan solo de oídas, hacia muy poco tiempo que había vivido mi cursillo, tenía muchas ganas, pero la realidad es que estaba como “pescado en nevera”, los ojos abiertos, pero no alcanzaba a ver nada.

Puse toda la atención que pude tratando de entender aquellos conceptos expuestos por Eduardo y que yo pretendía que respondieran mis inquietudes, pero las ideas volaban a una velocidad supersónica, se movían en una dimensión nueva para mí, y poco captaba a pesar de mi gran interés por “todo aquello”, es verdad que mi corazón ardía en llamas, pero yo seguía mudo.

De todo aquello que dijo Eduardo creo que se me quedó una frase, y que solo mucho tiempo después entendí su significado: “La envidia es amarilla y tiene peste a sobaco”.

Tomé mil apuntes, luego con el tiempo iría tratando de rumiar aquello que no había logrado poner en orden en aquellas apretujadas horas, poco logré con mi empeño, pero como mal estudiante que siempre fui sabía bien que para lograr mi propósito tendría que aplicar todos los recursos a mi alcance.

Eduardo se fue, pero siempre aceptó las invitaciones que le hacían desde distintas ciudades de Estados Unidos, logré compartir con él en algunas de sus visitas, Eduardo era incansable, siempre dispuesto a contestar todas las preguntas además de exponer los rollos que le asignaban en cada visita, el tiempo con él siempre parecía poco, pero siempre de la mejor calidad.

Recuerdo en un Encuentro Nacional que empezó su rollo diciendo que lo que iba a decir lo tenía en la mente, en el corazón y en la vida, que no le gustaba leer cuando hablaba con los amigos, pero que le habían ordenado que escribiera todo y que leyera todo para poder traducirlo con exactitud al Inglés, y que iba a obedecer, así lo hizo, supimos después que en un periódico local publicaron unas reseñas de Eduardo, sus ideas y la historia de los cursillos, por causas ajenas a mi voluntad nunca pude conseguir un ejemplar de aquel periódico.

En otra ocasión compartíamos un Cursillo de Cursillos con Eduardo y de momento oímos mucho ruido, alegría, risas y más risas cuando logramos ver lo que pasaba, allá venia un grupo de jóvenes con Eduardo cargado en hombros suplicando que le bajaran, nunca le vi con tanta pena, cuando fue al micrófono en el rollo siguiente se disculpaba de lo que había pasado y salía airoso con una de aquellas “cadaunadas” que le caracterizaban.

Nunca vino a dar cátedra, sino a compartir vida en la amistad, con sinceridad y la naturalidad que le caracterizaba, aprovechó todas las oportunidades que tuvo para reunirse no solo con los cursillistas, sino también con “los hermanos deseados”, con los que visitaban los presos, con los que pensaban diferente.

Siempre le debía sueño a su cuerpo, mientras hubiera discusiones, y preguntas se negaba ir a dormir, disfrutábamos de aquellas noches interminables, a él aquellas tertulias lo hacían el más feliz de los mortales, aquellas veladas las disfrutaba a plenitud, luego en el primer momento de calma, en el primer silencio se dormía profundamente.

Eduardo sembró en Estados Unidos semilla de amistad, amor, alegría y dedicación, Carisma compartido, El Carisma al alcance de todos, cuando regresaba a su natal Mallorca se despedía siempre con un Hasta Siempre, con una sonrisa y listo para volver a estas tierras donde tanto le queremos, donde también compartió su vida, y sus experiencias con sencillez, humildad y alegría.

Gracias Eduardo por compartir tus Cursillos de Cristiandad con nosotros, tus ideas, tus inquietudes, tus alegrías, tus frustraciones, tu criterio, tu convicción, y sobre todo tu amistad sincera y natural desde la vida misma con ese amor de Cristo que siempre te acompañó, gracias, amigo.

Ultreya.

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