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4/MAR/2025
José Luis Vega
Mi vida cambió al conocer a Eduardo Bonnín Aguiló. Después de años de dudas sobre mi fe y el Movimiento de Cursillos, el encuentro con Eduardo fue revelador. Con su humildad y sencillez, aclaró mis dudas y se convirtió en un amigo cercano. Hospedarlo en mi hogar fue un privilegio; su forma de vivir el Evangelio era una inspiración constante. Cada conversación reafirmaba mi esperanza en un mundo mejor, y nuestra amistad perduró como un regalo divino. ¡De Colores!

Un afectuoso saludo a todos nuestros amigos, que dispersos por todo el mundo, han pintado y siguen pintándonos el espíritu de brillantes colores.

Mi nombre es José Luis Vega Gil. Dios me ama tanto, que además de darme una hermosa y santa mujer como esposa, alegró mi hogar con cuatro hijos: 3 varones y una linda muñequita.

Como soy muy cabeza dura, por muchos años no comprendía el amor de Dios, y menos aceptaba su voluntad, así que Jesús me invitó a vivir un Cursillo. Como tenía mucho miedo, y muy pocas ganas, me prometió acompañarme Él y su Madre María, y así fue. Los 3 nos reunimos, con muchos otros, para vivir el Cursillo del 14 al 17 de febrero de 1975.

Al salir del Cursillo, de inmediato me integré a una Reunión de Grupo, participaba en las Ultreya, y en corto tiempo, a la Escuela de Dirigentes, pues estaba ansioso de saber más del Movimiento, que me abría un nuevo horizonte y una razón de vivir.

A medida que pasaba el tiempo (fueron años), más y más dudas surgían en mi cabeza y mi corazón al estudiar Ideas Fundamentales, que desde un principio se me presentó como la Biblia del Cursillo.

La Reunión de Grupo era por parejas; a la Ultreya solo podían asistir cursillistas y la Escuela me recordaba a alguien que de joven me decía: "Donde manda capitán, no gobierna marinero" y "El que manda, manda, y si se equivoca, vuelve a mandar". La esposa no podía asistir al Cursillo hasta que el esposo asistiera, etc., etc.

Por muchos años traté de entender esto, pero entre más lo pensaba, menos me convencía, y aunque tenía muchos amigos, a ninguno invité a vivir el Cursillo durante ese tiempo. Yo intuía que algo estaba mal, pero no lograba encontrar a alguien que aclarara mis dudas.

Fue en un Encuentro Nacional, celebrado en la Diócesis de Orange, Ca que por primera vez vi y puede hablar con Eduardo. De inmediato las dudas e incógnitas empezaron a clarificarse. Me di cuenta de que mis dudas tenían fundamento: lo que yo había vivido en 1975, NO ERA UN AUTÉNTICO CURSILLO, Y MENOS DE LA FORMA COMO SE PRESENTABA EL CUARTO DÍA. Afortunadamente, para bien de todos, Dios sabe escribir derecho en renglones torcidos.

Para ese entonces, ya había sido Director Laico en tres diferentes ocasiones en esta Diócesis de Oakland, y en ese preciso tiempo, era asistente del Coordinador Regional, y me dije a mis adentros: necesitamos traer a este hombre a nuestra Diócesis de Oakland lo más pronto posible.

Después de muchas dificultades y trabas, no de Eduardo, sino de un alto dirigente nacional, logré hablar con Eduardo al respecto. De inmediato me cautivó su personalidad: me trató como si me conociera de toda la vida. con mucha atención, sin prisas, amigablemente, sin aires de grandeza, con mucha claridad y sencillez, de amigo a amigo. Como eran muchos los que deseaban hablar con él y el tiempo limitado, antes de despedirme le pregunté, "¿tiene usted un número de teléfono a donde le pueda llamar? Si, y me lo dio sin más. Este fue el inicio, de una larga y hermosa amistad con Eduardo, que duró hasta el día que Dios lo llamó a gozar de su quinto día.

A raíz de esa primera conversación y frecuente comunicación con él, tanto por teléfono como por fax, (a él no le gustaban los emails), acertamos fecha para su venida, teniendo el privilegio de hospedarlo en nuestro hogar de Oakley, Ca en dos ocasiones: 1997 y 1998.

Ya en casa, tuve la oportunidad de conversar largo y tendido con él. Me di cuenta de la grandiosidad del regalo que mi esposa Blanca y yo, estábamos recibiendo de Dios, y decidimos que no lo podíamos guardar para nosotros mismos. Le pregunté a Eduardo si estaba bien que visitáramos todas las Escuelas de Dirigentes del Centro y Norte de California de habla hispana, y como dijera que sí, nos dimos a la tarea de viajar diariamente hasta que las visitamos todas, con excepción de San Francisco que no estuvieron interesados en recibirnos. Las Diócesis que visitamos fueron Sacramento, capital del estado, Santa Rosa, Oakland, San José, Stockton y Fresno. Oakland fue la única Diócesis en la que pudimos visitar también a los hermanos de habla inglesa y a la comunidad Filipina, llevando a nuestro Director Espiritual el Padre Fernando Cortez como intérprete.

Entre más escuchaba y convivía con Eduardo, más crecía nuestra amistad, y dejé de tratarlo de usted, no por falta de respeto, sino porque lo sentía como si yo fuera su hermano menor, que necesitaba mucho de sus consejos, sabiduría y sobre todo su amistad sincera, que multiplicaba en mí, la esperanza de un mundo mejor.

Fue entonces, cuando le dije a Eduardo: ¿Crees poder regresar en otra ocasión para que tengamos algunos Cursillos de Cursillos? Su respuesta fue sí, pero que tenía que ver primero algunos otros viajes ya programados, como a México, Bolivia, Chile, Roma, Taiwan y Guatemala.

Aún conservo como algo muy preciado, copias de un Email y siete faxes que Eduardo me contestara, en ocasión de su segunda venida.

En esta segunda venida, ya con más confianza, y desobedeciendo las reglas establecidas en nuestra Región XI, me atreví a improvisar una entrevista en video y grabar sus Rollos en el Cursillo de Cursillos de Oakland. En el de Fresno, solo se grabó en audio.

Como me platicara que en una ocasión le habían dedicado una canción que le gustó mucho, pero que no la había podido conseguir, nos dimos a la tarea de conseguirla. No fue fácil, porque no sabía el nombre, y entonces le pedí que la cantara. Recordé que tenía un amigo que era dueño de una tienda de música latina y nos fuimos a verlo. Después de mucho buscar y cantar, finalmente la encontramos en dos versiones, que con mucho gusto le regalamos a Eduardo para que se las llevara a Mallorca. La canción se llama "El detalle". Yo tampoco la conocía, pero desde entonces la hicimos popular en toda la región.

En su primera visita de Eduardo, a esta su casa, me sorprendió con un hermoso regalo, un libro hasta entonces desconocido por mí: "Historia y Memoria de Cursillos" del muy recordado Francisco Forteza Pujol, también desconocido hasta entonces en esta región. Como me diera cuenta del gran valor de este libro, le pedí que, para su siguiente venida, me trajera todos los que pudiera para repartirlos en la Escuela de Dirigentes, y que no se preocupara por los gastos. Recuerdo que me pudo traer 30. Esto fue una fiesta para nosotros.

Por las mañanas nos íbamos a misa, y después de tomar el desayuno, lo dedicábamos a pasear y platicar y platicar y platicar. Por las tardes y parte de la noche, a visitar las Escuelas de las diferentes Diócesis del Centro y Norte de California.

Tanto mi esposa Blanca como yo, no salíamos del asombro, al experimentar la sencillez, amabilidad y acierto con que contestaba nuestras preguntas, pero, sobre todo, la humildad con que se conducía y el respeto con que nos trataba a todos.

Esta manera de conducirse me convenció que lo que decía era verdad: "Evangelizar, no es hablar del Evangelio, es VIVIR EL EVANGELIO".

Adjunto a la presente, algunas de las muchas fotografías que guardamos de sus visitas a esta su casa y tierras californianas. Así mismo, comparto copia de nuestra correspondencia que denota la amistad y amabilidad con que siempre nos trató.

Termino, agradeciendo a los Dirigentes de FEBA, que me han dado la oportunidad de compartir con todos ustedes el regalo inmerecido de haber convivido con Eduardo en dos ocasiones.

¡DE COLORES!

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