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4/MAR/2025
Salvador Escribano Hernández
Cuando participé en el primer Cursillo de Cala Figuera en 1944, jamás imaginé que esta experiencia transformaría tantas vidas a nivel mundial. Eduardo Bonnín nos marcó con su alegría, humildad y espíritu de amistad. Compartimos momentos únicos bajo los pinos, con charlas sinceras y reflexiones en la capilla. Este Cursillo fue una aventura inolvidable que llevo grabada en mi memoria y en las fotos que aún atesoro como testimonio de un inicio trascendental.

Cursillista del primer Cursillo de Cala Figuera.

Cuando a iniciativa de Eduardo Bonnín y por atenta invitación de Francisco Oliver, ambos destacados dirigentes de Palma de Mallorca y mi natal Felanitx, respectivamente, asistí a ese «cursillo» del chalet de Cala Figuera de Santanyí en agosto de 1944, junto con 13 jóvenes más, jamás imaginé —ni nadie imaginó jamás— las impredecibles resonancias que esa singular experiencia tendría en el Mundo, los millones de personas que a partir de entonces vivirían una experiencia similar que transformaría sus vidas radicalmente, y menos aún, que 60 años después yo estaría aquí, frente a vosotros, escudriñando entre los empolvados archivos de mi oxidada memoria, buscando encontrar algo que compartir de aquella entrañable vivencia…

EL CURSILLO DE CALA FIGUERA

Próximo a los 15 años, estando en casa de la Acción Católica, me abordó Francisco Oliver, un diligente dirigente muy querido de Felanitx, con el propósito de invitarme a unos «cursillos», que, según decía, estaba organizando Eduardo Bonnín, a la sazón, sobresaliente dirigente de la Acción Católica. La noticia llegó a otros amigos de la localidad y lugares circunvecinos en similares términos; nadie objetó, todos aceptamos asistir con gusto, al siempre amable y caballeroso Oliver no se le podía decir que no. Mis padres tampoco objetaron, solían darme permiso para ir a los Ejercicios Espirituales y, además, el «cursillo» no iba a costarnos una peseta.

Si no mal recuerdo, nos dimos cita el 20 de agosto de 1944 por la tarde en las instalaciones de Acción Católica. Tan pronto se reunió el grupo, Francisco Oliver nos dirigió unas palabras para presentar a Eduardo Bonnín, Jaime Riutort y José Ferragut, que, según dijo, serían los encargados de dar el «cursillo». Eduardo intervino brevemente para invitarnos a vivir y convivir la experiencia con alegría y fraternal espíritu de amistad. Desde el primer momento nos impresionó gratamente.

Alguien se encargó de trasladarnos hasta el lugar del evento por el camino de Cas Concos des Cavaller. El recorrido fue corto. Llegamos a Santanyí y luego a Cala Figuera por la tarde-noche, aún había luz. Bajamos y caminamos hacia el chalet, que nunca supe de quién era ni quién lo facilitó a este fin, pero recuerdo se encontraba aislado (apenas había por ahí alguna construcción), muy próximo a la «cala» que le da nombre.

Una vez en el chalet, Eduardo dirigió unas palabras de bienvenida, dio algunas recomendaciones generales, nos exhortó a compartir con sana y santa alegría, e invitó a tomar lugar. Nos acomodamos como mejor se pudo en los cuartos reservados a este fin, que no eran más de tres…

Fuimos 14 los elegidos, unos más inquietos que otros, entre los 14 y los 23 años de edad, aproximadamente…

Fue el Reverendo D. Juan Juliá quien fungió como Director Espiritual del cursillo, a él correspondió la celebración eucarística y las reflexiones que se llevaron a cabo en la solitaria capilla de la localidad. Todos los días nos decía la misa y comulgábamos. No tuvimos mucho trato con él durante el cursillo. Era un hombre que reía por lo más mínimo; nos hablaba con una ternura como si fuera Cristo; yo tengo buenos recuerdos de él, ya le conocía, había estado en retiros anteriores con él.

Eduardo Bonnín Aguiló fue el «rector». No le conocíamos de antes, al menos yo no, fue Francisco Oliver quien se encargó de darnos antecedentes y presentarnos. Aún recuerdo la alegría, el sentido del humor y la personalidad magnética de Eduardo, que desde el primer momento nos impactó positivamente. Durante los descansos del cursillo acostumbraba a estar en contacto con todos nosotros, siempre tenía algo ameno que platicar, era (sigue siendo) un gran comunicador.

Jaime (Jaume) Riutort y José (Jusep) Ferragut fungieron como «profesores». Ambos ya fallecidos, según me dijo Eduardo, aunque ignoro las circunstancias... Les recuerdo con americana y corbata, a diferencia de Eduardo que siempre andaba en mangas de camisa como nosotros, pero sobretodo tengo presente la enorme buena voluntad que ponían para darnos los rollos y hacernos sentir como en casa. Siempre pendientes de lo que se llegara a ofrecer…

En cuanto a los recursos, no abundaron, pero no carecíamos de nada. Una buena manguera apaciguó la sed, mermó el calor y de paso ayudó a mantenernos relativamente aseados; a la sombra y cobijo de los pinos y algarrobos, que abundan en los alrededores, el suave césped sirvió en más de una ocasión de «salón» de los rollos que Eduardo, Jaime y José se esmeraban en testimoniar, lo mismo que de

«mesa-comedor» para compartir el pan y la sal que nunca faltó; la capilla de la localidad albergó la Eucaristía, las reflexiones y meditaciones que D. Juan Juliá impartió por la mañana y por la noche, así como nuestra cotidiana visita al Santísimo; y no faltó una cálida cobija que nos cubrió durante la noche y disimuló muy bien la dureza del piso o las salientes de un viejo catre.

De aquella experiencia guardo un invaluable tesoro, 6 fotografías que son como la «huella dactilar» de aquel cursillo de Cala Figuera. Siempre que las veo no dejo de estremecerme y remontarme emocionado a esos inolvidables días. En ellas han quedado indeleblemente grabados sus actores y algunos de sus pasajes y circunstancias más relevantes; recuerdo imborrable de una pionera experiencia.

Página primera de una historia que no termina de escribirse…

Doy gracias al Altísimo por haberme permitido el privilegio de formar parte de esta feliz aventura.

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