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4/MAR/2025
Sheelagh Winston
Conocí a Eduardo Bonnín en 1992 y, aunque al principio no comprendí totalmente su visión, su humildad y claridad transformaron mi vida. Sus palabras, “Cursillos aún está por estrenar”, resonaron profundamente y redefinieron el Movimiento en Canadá. Su amistad auténtica y su capacidad para ver a Cristo en cada persona marcaron mi corazón. Eduardo, con su ejemplo, me enseñó a vivir el Evangelio con sencillez, alegría y un profundo respeto por la dignidad de cada individuo.

Eduardo Bonnín, ¿qué hay que decir de Eduardo que no se haya dicho ya? Le conocí personalmente en 1992, en ocasión del primer Encuentro Canadiense. Eduardo había sido invitado, junto a varios obispos y el P. David Knight - conocido autor católico - para dar una charla a los cursillistas venidos de todas partes de Canadá. Nos dio su, ahora muy respetado y brillante, Rollo “la evangelización por medio de la conversión”. En aquel entonces yo era demasiado joven o ingenua para captar, tanto la importancia de ese documento como la estatura moral de este hombre pequeño que vino a vernos desde la otra parte del mundo. Dijo una cosa que se ha hecho eco en nosotros a lo largo de los años y que cambió totalmente al Movimiento de Cursillos de Canadá, y fue: "Cursillos aún está por estrenar, en cualquier lugar del mundo".

¿Qué diablos quería decir eso? Encontrar la respuesta a esa pregunta cambió la trayectoria del Movimiento de Cursillos de Canadá y dio, desde ese instante, un nuevo impulso a mi vida.

Coincidí con él de nuevo, aunque brevemente, en Mallorca, en las Primeras Conversaciones de Cala Figuera, en 1994. Esas Conversaciones y la persona de Eduardo fueron el comienzo de un camino que durará toda mi vida. Regresamos a casa plenamente convencidos de que habíamos vivido algo profundamente importante, pero era una verdad que había llegado únicamente a nuestros corazones, no podíamos comprenderla ni expresarla, pero de alguna manera sabíamos que habíamos sido tocados profundamente por el Espíritu Santo. En la Conferencia Anual de Cursillos del Canadá de 1994, les dijimos a los cursillistas presentes, que en Mallorca habíamos experimentado algo profundo, y les preguntamos si iban a unirse a nosotros en el camino para redescubrir la visión original de Cursillos de Cristiandad. Sabíamos que necesitábamos aprender, y eso motivó un nuevo viaje a Mallorca, esta vez para reunirnos a diario con Eduardo en su despacho. Con una paciencia heroica respondió a nuestras interminables preguntas, cosas que deberíamos haber sabido ya, después de nuestra experiencia colectiva en Cursillos de hacía muchos años. No sabíamos nada del carisma; la mentalidad era lo que habíamos leído en los libros sin haberlo entendido en nuestros corazones; tampoco era algo que hubiésemos vivido. Pero creo firmemente que Eduardo vio en nosotros la voluntad de escuchar, estábamos abiertos y con ganas de aprender, y así comenzó Eduardo su camino con nosotros. El Movimiento de Cursillos de Canadá inició este camino en aquel año 1996, y casi veinte años después seguimos en él.

Eduardo vino varias veces a Canadá, y en una de sus visitas le llevé por carretera a la lejana Vancouver. Me encantó su alegría al ver la nieve mientras conducíamos por un alto paso de montaña en la autopista Coquihalla, cuando apenas un par de horas antes había estado de pie junto a un gran lecho de tulipanes, de color rojo y amarillo; estaba encantado porque, según dijo, "esos son los colores de España"; y luego su interés, cuando de pie en la cubierta del ferry que nos llevaba a la isla de Vancouver, quedó fascinado por el color del mar y dijo: "Vuestro mar es verde, el nuestro es azul”. En muchos otros viajes a Mallorca nos llevó a lugares como “San Honorat”, “Santa Lucía”, Felanitx, Manacor, un almuerzo junto al mar con Jaime Radó y, por supuesto, Cala Figuera. En todos los lugares que visitamos escuchamos historias de los Cursillos en Mallorca; Eduardo sabía usar un plato de paella para explicar un relato del Evangelio de una manera nueva y más profunda. Para mi encargó lo que él llamó paella “ciega", porque no me gustaba ver las gambas en el arroz con los ojos en su lugar. En cada viaje mostraba su buen humor mientras compartía bromas con la persona que conducía, riendo entre dientes y burlonamente mientras disfrutaba la compañía de sus amigos.

Después de una mañana de reunión en su oficina nos dijo que echáramos una siesta mientras él se fue cruzando una terraza hacia su propia vivienda. Nos despertamos con la música del “De Colores” que reproducía un magnetófono, y una risita de Eduardo instándonos a que nos despertásemos; ¡era hora de trabajar!

A medida que iba aprendiendo estaba más y más sorprendida por la sencillez del método de Cursillos de Cristiandad, y la sencillez de Eduardo. Y me di cuenta de lo que es ser un discípulo de Jesús observando y escuchando a Eduardo.

Una vez me encontré con él en Denver, Colorado, en un Encuentro de Estados Unidos. Como yo había viajado allí sola y entonces no estaba familiarizada con ninguno de los cursillistas de Estados Unidos, los momentos en los que allí me crucé con Eduardo fueron preciosos. Un día estaba sentada sola en el comedor. De repente Juan Ruiz apareció a mi lado, tomando mi bandeja y diciéndome que Eduardo quería que me sentara a su lado.

Asombrada seguí a Juan hasta donde estaba sentado Eduardo. Su saludo fue "Sheelagh, necesitamos que te sientes con nosotros, necesitamos que hables con nosotros". ¡Todo el mundo en el comedor hubiera querido sentarse con Eduardo! ¡Una lección de amistad, que nunca he olvidado! Él no me hizo sentir que hubiera tenido lástima de verme sentada sola, ni una sola palabra que pudiera hacerme sentir mal. En cambio, con su actitud me mostró que un simple gesto de bondad es el significado de la amistad. Y ese es mi recuerdo duradero de Eduardo, la encarnación del Evangelio.

Dado que mi participación en Cursillos me llevó al liderazgo del Movimiento en Canadá y, con el tiempo, a convertirme en presidente de la CCCC, a veces las cosas se pusieron muy difíciles, ya que intentábamos poner a Canadá en línea con el Carisma Fundacional, aunque sin hacerlo de obligado cumplimiento para ninguno de los Secretariados canadienses. Hubo muchos momentos en los que me sentía desanimada, confundida. Me mantenía en contacto frecuente con Eduardo por fax y, posteriormente, por correo electrónico. Él siempre me animaba, sin ser condescendiente. Yo era muy consciente de las dificultades a las que Eduardo se había tenido que enfrentar provenientes de muchos sectores, desde los tiempos del primer Cursillo de Cala Figuera, en 1944. Siempre hubo quienes se opusieron a él, a veces de manera nada cristiana. Conocer estas cosas me ayudó a seguir adelante y mantenerme en el camino. Un día me dijo: "Sheelagh, Dios te avisará cuándo sea el momento de abandonar". Y siempre, " tienes que ser feliz, la vida es tan bonita". Él comenzó a saludarme con esa hermosa sonrisa suya y sus risueñas palabras: -Sheelagh, eres la “primera dama de Canadá". Le dije que no dijera eso cuando hubiera alguien cerca que pudiera oírlo, que yo ya tenía suficientes problemas.

Vi con mis propios ojos, y estaba horrorizada, lo mal que podía ser tratado a veces; en una ocasión en que me hallaba en una reunión con el OMCC en Palma, le vi y oí luchar y mantenerse firme en lo que él sabía que era verdad, pero sin llegar a ser hostil o personal en sus comentarios y observaciones. También le vi ignorado y no tenido en cuenta, porque Eduardo nunca hacía un comentario ni daba una opinión si no se la solicitaban. Compartí esto muchas veces con Cursillistas canadienses, y también les dije: "Si le haces una pregunta a Eduardo, te conviene estar preparado para encajar la respuesta". Él siempre decía la verdad, pero nunca decía sólo lo que el otro quería oír; decía siempre lo que quería decir, y quería decir lo que decía. Todo esto me ha llevado a maravillarme de lo fiel que se mantuvo en el camino al que Dios le había llamado, simplemente porque él sabía, lo sabía…, sabía que Jesús era su amigo y que estamos llamados a cargar con nuestras cruces y seguir los pasos del Maestro. Este Movimiento comenzó con una peregrinación, pero, como decía Eduardo, "Toda la vida es una peregrinación hacia el Padre". La vida no es fácil, pero es hermosa y Eduardo siempre testimonió su fe en las personas, y lo hizo compartiendo su calor, su amabilidad, su capacidad de hacer que uno sintiera que era importante para él, transmitiéndole su sabiduría y su alegría al conocer gente, simplemente porque veía a todos como Cristo los ve.

Vi a Eduardo sufrir el terrible dolor del herpes, pero nunca le oí quejarse, aunque si le vi a veces una mueca de dolor terrible. Sé que ese dolor continuó durante muchos años porque en cada visita mía a Mallorca, veía que todavía sufría. ¿¿Yo solía ??preguntarme en mi corazón; "Dios, él, que ha pasado toda su vida a Tu servicio, ¿por qué tiene que sufrir ahora de esta manera"? ¡Una pregunta que Eduardo nunca se hacía! Y me preguntaba en mi corazón, ¡cómo podía seguir estando tan convencido del amor y la amistad de Dios, pero, obviamente, yo no soy Eduardo!

Algunos líderes de Mallorca me explicaron cómo, a través del testimonio de Cursillistas foráneos, comenzaron a darse cuenta de la magnitud del hombre que compartía con ellos en la Ultreya todos los lunes por la noche, en la Reunión de Grupo, y en la iglesia de los Capuchinos cada miércoles por la mañana, y que la puerta de su despacho estaba abierta para cualquier persona que quisiera compartir con él o pedirle consejo. A fuerza de ver la manera como gente de fuera de la isla lo buscaban, escuchaban y lo tenían en tanta estima, los que vivían con él todos los días comenzaron a darse cuenta de la importancia de su labor como fundador del movimiento de Cursillos de Cristiandad. Me di cuenta de que él era el mentor de los jóvenes, y encontraba tiempo para permanecer en contacto con ellos por teléfono o por carta cuando sus estudios los llevaban a alguna Universidad de la península. Para Eduardo una persona era una persona, independientemente de su edad y clase social, fuera rico o pobre, hombre o mujer. Esa es probablemente la cosa más importante que aprendí de él, la dignidad de cada persona. Para él, "el amaos los unos a los otros como Yo os he amado", fue el eje sobre el que giró su vida. En una de las conversaciones, una mujer le preguntó sobre el hecho de que, en Mallorca, los jóvenes - algunos aún en la adolescencia - son aceptados en el movimiento. Ella le preguntó cómo hacían en Mallorca para manejar a los jóvenes durante los tres días del cursillo, puesto que en su propio Movimiento les habían resultado problemáticos. La respuesta de Eduardo fue que no se debe esperar que actúen como si tuvieran cuarenta años cuando tienen sólo diecisiete, y que, en Mallorca, ¡los líderes se acuestan tarde para asegurarse de que los jóvenes no rompen nada! Estoy segura de que hubo algo de su famosa ironía, pero su punto de vista era que, como ya he dicho, una persona es una persona, y nunca deben ser definidos o esperar de ellos que sean algo distinto de lo que son. Cuando estoy en Mallorca siempre me sorprende ver a los más jóvenes sintiéndose a gusto y en contacto, no sólo con sus compañeros, sino con amigos de todas las edades, ya sea en las Conversaciones, en las celebraciones o en la Ultreya.

Al crecer mi entendimiento de Cursillos empecé a trabajar con los líderes de Mallorca para llevar las palabras de Eduardo a los cursillistas de habla inglesa, primero en Canadá y luego, a través de FEBA, también a los Cursillistas de otros países de habla inglesa. Rápidamente me di cuenta de lo lejos que Cursillos de Cristiandad se había apartado del original en el mundo de habla inglesa, simplemente porque no los habíamos entendido debido a las malas traducciones. Para mí, este trabajo ha sido un regalo, un honor. Dado que a veces me cuesta entender la sabiduría y la manera única de usar las palabras de Eduardo, he tenido que profundizar en las ideas, porque es precisamente cuando se traducen las palabras y no las ideas, cuando un traductor puede ser un traidor. Este trabajo lleva mucho tiempo, consultando constantemente a los que conocieron íntimamente a Eduardo lo suficiente para conocer su pensamiento. Como dijo un líder de El Salvador: "Eduardo habla durante tres minutos y nosotros pensamos durante tres semanas". Irónicamente, cuando uno ha pensado el tiempo suficiente para que la idea quede clara, resulta que a la vez se hace muy simple y muy obvia. A través de este trabajo, me siento particularmente bendecida, me siento como si conociera a Eduardo de una manera mucho más profunda de lo que habría sido nunca posible sin esta oportunidad. A veces se han referido a mi como una “groupie” (fan de un cantante que acude a todos sus conciertos). Lo tomo como un cumplido, (en absoluto lo que se pretendía) porque estoy tan totalmente convencida de que Eduardo anduvo los pasos de Jesús, amó como Él amó, se negó a sí mismo y dio un profundo testimonio de lo que significa ser discípulo. Yo sigo a Jesús porque aprendí a hacerlo de Eduardo.

Cada vez que me despedía de Eduardo para regresar a Canadá me preguntaba si sería ese el último adiós y, por supuesto, un día así fue. Siempre supe que me llegaría una llamada diciéndome que Eduardo se había ido a la casa del Padre. Tuve una sensación de pérdida tan profunda, y una aprensión en cuanto a lo que pasaría a partir de ahora en Cursillos, una sensación de sentir como si nos fuéramos a quedar sin timón en Cursillos de Cristiandad. Inmediatamente me fui a Mallorca y llegué a tiempo para su funeral. Como es costumbre en Mallorca, lo habían llevado a la tumba el día anterior. El funeral fue muy superior a lo que él hubiera deseado, pero muy apropiado para este pequeño hombre santo que ha inspirado a cientos de miles de personas en todo el mundo con su manera en que vivió su vida, llevando la Buena Nueva del amor de Dios a todas las personas que Él puso en su camino. Me senté en el banco inmediatamente posterior al que ocupaban sus hermanas, en la Catedral de Palma, y recibí una lección de humildad al ver lo sorprendidas que parecían estar de que todo esto fuera para el hermano al que habían amado y cuidado para que él pudiera continuar con su trabajo.

Al día siguiente permanecí un rato de pie junto a su tumba en la entrada de la iglesia de los Capuchinos. La tumba la habían excavado los cursillistas, y unos cursillistas lo habían enterrado. La entrada a la iglesia en ese momento estaba oscura y fría, la tumba estaba aún sin terminar y todavía había polvo y algunos escombros, restos de la obra de excavación. Un simple ramo de flores yacía en su cabeza. No había ninguna inscripción, nada, y me llamó la atención y me entristeció un poco la forma sencilla y sin adornos de este último lugar de reposo para un hombre de tan gigantesca talla. A continuación, Dios me habló al corazón y supe que Eduardo no estaba allí, únicamente sus restos terrenales; él había corrido la carrera, librado la buena batalla, y ahora estaba a salvo en los brazos amorosos de Dios, al que tanto amaba.

Todos los que tuvimos el honor y el placer de conocerlo, estamos convencidos, sin lugar a duda, de que hemos caminado junto a un santo, tanto si un día lo declaran oficialmente santo como si no, sabemos que lo es. Y Dios nos concedió la gracia de conocer a un santo, de escuchar sus palabras, de ver cómo vivía, de compartir y reír con él: la encarnación del Evangelio. Hay pocas personas a las que se concede esa gracia; debemos permanecer en respeto reverencial y dar gracias a nuestro Dios por haber conocido en persona a un hombre que nos enseñó con su vida, lo que estamos llamados a ser.

Con agradecimiento a Dios por el don de haber conocido y haber sido conocida por Eduardo.

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