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27/OCT/1985
A Eduardo Bonnín, de Joan Plà

Querido Eduardo:

Muy poca gente sabe que, ahí donde te ven, calvo desde hace mil años, pecoso a lo Spencer Tracy y en la humildad de tu comercio de la calle Sindicato, eres uno de los personajes más significativos en el orbe católico, desde que, en compañía de otros mallorquines y un obispo valenciano, cuyos restos reposan en Felanitx, fundaste los Cursillos de Cristiandad, movimiento espiritual y apostólico que, según noticia reciente de un estimado colega, han ido ya de tu mano y de tu palabra hasta Nicaragua y hasta China, por no citar otros lugares más remotos. Con tus casi setenta años, que no son pocos, loado sea Dios, todavía te encuentras impertérrito y a pie de obra, cada día, sin que nada ni nadie consigan apartarte de tu entrega cabal a los demás. De haber trabajado en política, serías hoy presidente de las Naciones Unidas y, si en lugar de dedicarte a propagar la buena nueva del Evangelio, te hubieses dedicado a promocionar alguna marca, podrías ser hoy el jefazo máximo de la Ford.

Bien, pues, esta carta también será maldita, aunque no pienso adentrarme en la crítica de tu encomiable y sobrenatural cometido, porque no es propio de bien paridos dar coces contra el propio aguijón y, como bien sabes, yo también nací para los demás en la causa que tú predicas, hace ya más de 35 años.

Ocurre que se acaba de celebrar, aquí en Mallorca, una especie de “cursillo de cursillos”, concretamente en “La Porciúncula” y, quizá sin querer, os habéis dejado fuera a más de mil paisanos que, de muy buen grado, habrían asistido a esa reunión en la cumbre. Es cierto que los locales son limitados y que muchos, por iluminación o por tener fundidos los plomos del alma, prefieren ya no acudir a tu regazo doctrinal. Pero también es cierto que, si se les olvida, nunca más volverán a significarse socialmente en aquella hermosa idea que nos hizo cantar y rezar como descosidos en los alegres años de nuestra juventud y primera madurez. Creo que valdría la pena, aunque suponga aplicar técnicas demasiado humanas y demasiado comerciales, fomentar la pertenencia de muchísimos mallorquines a una causa que parece, no por descalabrada en multitud de casos, deja de ser la raíz de la honradez vital de la gran mayoría. ¿Quién no ha pasado por los Cursillos de Cristiandad, aquí en estas islas, que son su origen, y en muchísimos países del mundo? (Les recordaba yo su matiz apostólico a los capitanes de abril, en Portugal, mientras los tanques y los claveles cantaban “De colores” en aquella revolución ya marchita y desvirtuada).

De verdad te lo digo, Eduardo: aunque la humildad te obligue a pasar desapercibido, entre tus nuevos hermanos, aupados, como manda Dios, de la miseria andante de la ciudad de los hombres, y, aunque parezca que estamos muy lejos, en nuestra libertad de acción y de criterio, conviene que, en lo sucesivo, le deis un poco más de publicidad a vuestra constante “movida”. Así sea.

Un abrazo sincero y fraterno. Joan Pla

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