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4/MAR/2025
Marco A. Rosales Valdés
Tuve el honor de conocer y aprender de Eduardo Bonnín Aguiló, cuya huella en México es imborrable. Su carisma y entrega, evidentes en innumerables visitas durante más de 50 años, siempre mostraron una fe y un compromiso inquebrantables. Desde los primeros pasos de los Cursillos en México, Eduardo dejó una impronta de amistad y renovación cristiana. Su vida, pensamiento y obra siguen inspirando a quienes buscamos transformar nuestras vidas con esperanza y libertad en Cristo.

Acepto gustoso la invitación que el buen amigo Miguel Sureda me hace en nombre de la Fundación Eduardo Bonnín Aguiló, a escribir unas líneas alusivas a la “huella que Eduardo ha dejado a su paso por México”, llevado de manera casi instintiva por un sentimiento de gratitud, admiración, cariño y respeto, que la sola mención del nombre de Eduardo evoca en mi corazón. Si bien, tan pronto inició el trazo de estas primeras líneas, me doy cuenta del reto que implica una empresa así. Hablar de la “impronta” que este singular “españolito” deja a su paso no sólo por México, sino por cualquiera otro de los muchos países que visita en repetidas ocasiones a lo largo de más de 50 años de intensa, febril e infatigable actividad, requiere de un minucioso, profundo y exhaustivo estudio, que obviamente no puede concretarse en unas cuantas horas ni plasmarse en dos o tres cuartillas. Razón por la que limito mi participación a una somera sucinta nota.

Parafraseando aquella célebre interrogante que Eduardo hace al término de la “Peregrinación a Santiago” (1949), suscribí una nota bajo el título “Y después de Eduardo, qué?...”, intentando llamar la atención de nuestros amigos dirigentes sobre la necesidad de despejar dudas y esclarecer hechos que se han proferido intentando empañar la vida, obra y pensamiento del hombre cuyo único pecado fue intentar y (lo que es peor) conseguir concebir un eficaz método de renovación cristiana sin precedentes en la historia del hombre.

Hoy, que el Señor ha tenido la feliz ocurrencia de llamar a Eduardo a sus seno, sigo creyendo que es de la mayor importancia contar con ese estudio que, más allá de frívolas adulaciones u oficiosas descalificaciones, con el mayor rigor y total apego a la verdad, se ocupe de dar luz sobre los múltiples intríngulis (las veredas, los caminos y las autopistas) por los que transita tanto la vida como la obra de uno de los hombres más preclaros de nuestro tiempo y de todos los tiempos, que, por cierto, el mundo aún está por descubrir.

En lo particular, supe de Eduardo a través de la “Historia y Memoria de Cursillos” de Xisco Forteza, que habiendo llegado a mis manos “accidentalmente”, despierta en mí una creciente curiosidad por saber más del hombre que tiene la osadía de estudiar, pensar, rezar y finalmente concebir esta genialidad llamada Cursillos de Cristiandad. Sin embargo, cuando en aquel entonces inquiero insistentemente a mis “hermanos mayores” sobre este singular hombre, ninguno de ellos acierta a darme cabal respuesta, unos por no saber, y otros porque, sabiendo, eluden hablarme de él (después supe por qué: el “santo celo”). No obstante, la curiosidad está sembrada, y merced a la generosidad de los buenos amigos que nunca faltan, y siempre supuesta la gracia del Señor, finalmente tengo el privilegio de conocer personalmente a Eduardo no en una sino en diversas ocasiones, condiciones y circunstancias. Guardo en la mente y el corazón (sería más exacto decir en el alma) el imborrable y entrañable recuerdo de nuestros felices encuentros. De ello ya he hablado en otros sitios.

En cuanto a su paso por México, la primera noticia que tenemos de Eduardo lo ubica en la ciudad capital (Distrito Federal) a principios de los años 60, entre 1961 y 1962 (no tenemos la fecha exacta), acompañando a D. Francisco Suárez, que ha sido designado por Mons. Hervás (obispo de la diócesis española de Ciudad Real), para supervisar la difusión de los Cursillos en tierras americanas, y que al decir de Francisco Forteza, coordina en tierras mexicanas el irrepetible D. Pedro (“Pedrito”) Fernández, sacerdote Operario Diocesano, con “una clara independencia y un excelente criterio”.

Detalles al margen, el arribo de los Cursillos a México destaca en sus primeros años por tres hechos concretos de gran relieve, además de haber servido (México) como plataforma de lanzamiento de los Cursillos hacia toda Centroamérica:

1ª La Edición de Vertebración de Ideas.

2ª La creación del primer Secretariado Nacional.

3ª La presencia activa de Eduardo Bonnín, en la expansión internacional de Cursillos.

En mejor ocasión hemos de profundizar sobre cada uno de estos hechos. Baste por ahora mencionar se trata de acontecimientos de un mayúsculo valor histórico y una enorme trascendencia para el futuro de Cursillos, que, por cierto, en aquel entonces se concretan contra el parecer del Dr. Hervás (supra) y esa admiración y sincero afecto que el P. Pedrito prodiga a Eduardo, parecen haberse prolongado a través del tiempo y llegado hasta nuestros días en una emblemática doble vertiente: por una parte, la indiferencia y frialdad no disimulada de la oficialidad, y por la otra, el cariño, la admiración y el respeto desbordantes, que los cursillistas (sacerdotes y seglares) de a pie sentimos por Eduardo, asunto sobre el que también habrá ocasión de comentar.

De esos primeros años a la fecha, la presencia de Eduardo en México es acompañada por innumerables sucesos que sería prolijo enumerar aquí. Valga la pena traer a colación dos de ellos que tienen lugar en diferentes momentos de nuestra historia:

1º El anecdótico suceso ocurrido durante el Encuentro de Dirigentes celebrado en la ciudad de Puebla de los Ángeles (1962), en que se puede palpar:

…el destacado relieve que los Cursillos adquieren en tan corto tiempo; el sentido de oportunidad que caracteriza a Eduardo; y el entusiasmo que los Cursillos, de la mano de Eduardo, despiertan entre la propia jerarquía:

“los cinco obispos —refiere Forteza—, que asistían… preguntaron a Eduardo qué más podían hacer ellos en un Cursillo o en una reunión como este Encuentro, y aceptaron encantados la sugerencia (que les hizo Eduardo) de que fueran precisamente ellos quienes sirvieran la cena a los seglares y reverendos “de a pie”, en un gesto definitorio como pocos del genuino estilo de Cursillos…”

2º La celebración de la II Ultreya Mundial, presidida por el cardenal Miranda, arzobispo de México, de grata memoria, con la presencia de 181 delegados de 24 nacionalidades, estando presentes Mons. Hervás, D. Juan Capó, D. Francisco

Suárez y por supuesto Eduardo Bonnín. La clausura tuvo lugar en la monumental plaza de toros “México” (la más grande de todo el mundo), a la que concurren 45 mil personas. La más numerosa concentración de cursillistas de que se tenga memoria.

Pero “hablar-hablar” de la impronta de Eduardo en México (lo mismo que “hablar-hablar” de Eduardo, en cualquier otra parte del mundo), es hablar de Eduardo en por lo menos tres dimensiones estrechamente relacionadas entre sí.

1. Su obra, el Método de los genuinos Cursillos de Cristiandad; El auténtico Cursillos de Cristiandad constituye un parte aguas (un “antes” y un “después”) en la vida de millones de personas que han tenido el buen gusto y el valor de atreverse a vivirlo; experiencia única que en tres días abre la posibilidad de una transformación radical y total: pasar de un “antes triste, amargo y sombrío” a un “después feliz, luminoso y esperanzador” que se concreta aquí, ahora y desde ya de manera clara, firme, perenne y nunca más en solitario (ahora en solidario); que ofrece la oportunidad de dar un reconstructivo vuelco a la vida (“giro copernicano”) de manera real, realista y realizable; en fin, que da sentido a la vida al propiciar que la libertad del hombre se encuentre con el Espíritu de Dios, sin posibilidad, cuando es genuino, de que la vivencia queda estancada o reducida a una romántica, efímera e instrascendente quimera.

2. Su pensamiento, plasmado en innumerables textos, libros y manuscritos de una profundidad extraordinaria, fruto tanto de su proverbial e insaciable afán de lectura al más alto nivel (“sed de saber y sed de ver, que es sed de ser”), como de una aguda y profunda capacidad de observación. Este de su pensamiento, es tal vez de las dimensiones o facetas de Eduardo que amerita ser estudiado con mayor rigor y profundidad, por ser ni más ni menos que la piedra angular (el andamiaje de ideas y criterios) en que se sustentan la Esencia, Finalidad, Mentalidad y por supuesto las tres concatenadas piezas del Método (Precursillo- Cursillo-Poscursillo). Eduardo es autor, actor y dinámico espectador de este magnífico instrumento de renovación cristiana que son los genuinos Cursillos de Cristiandad. Para Eduardo nada enseña tanto como la vida misma, percepción que le lleva a buscar y conseguir la posesión de una teoría para la práctica de la teoría. Eduardo no sólo bebe con especial fruición de los manantiales a ratos densos del conocimiento teórico, sino que, como observador agudo y perspicaz que es de la realidad ambiental, tiene la genialidad de catalizar y sintetizar uno y otro en un Método que viene a innovar, renovar y revolucionar el mundo de un modo incluso todavía no suficientemente comprendido en la actualidad.

3. Su vida, su ejemplar congruencia de vida hasta en los más nimios detalles; sustento ejemplar, palpable y visible; congruencia de vida salpicada de infinidad de matices y pequeñas singularidades (minucias), con que suele impregnar (aromatizar) su multicolor “paso a paso” por el mundo.

Eduardo es en la vida de todos aquellos con quienes trata, una nueva, novedosa, renovadora y revolucionadora experiencia que marca sus vidas de una vez y para siempre: un verdadero acontecimiento cargado de profundas, intensas e inéditas vivencias que determinan un antes y un después. Su paso por el mundo, sea cual sea el país en que se encuentre, tiene un solo y mismo denominador común. Lo que podemos decir de Eduardo en una y otra latitud es prácticamente lo mismo, solo que en idioma inglés, japonés, español, alemán, francés, portugués o náhuati.

A MANERA DE COLOFÓN

La impronta que los hombres de la talla y tallo de Eduardo dejan a su paso por el mundo, no es determinada en razón de tal o cual rango jerárquico, ni por tal o cual posición o condición social, ni mucho menos por acto de autoridad; los hombres de la dimensión de Eduardo trascienden tiempo y espacio, van más allá de su propio papel protagónico; la huella de los hombres de la magnitud de Eduardo es permanentemente entrañable e indeleble porque se inscribe en el respeto, la admiración, el cariño y el agradecimiento que son capaces de hacer germinar de manera espontánea y natural en el corazón de su hermano el hombre.

(Toluca de San José, México, octubre 2008)

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